Éste es uno de esos casos en los que la brevedad del título no debe distraernos del calibre de los resultados de investigación que se presentan. Pero tampoco es un mal título: nada más para recordar a un precursor muy cercano en el rigor y la intención, aunque no en el método, viene de inmediato a nuestra mente la
Este también breve, pero paradójicamente exhaustivo estado de la cuestión evidencia la parcialidad con la que se habían descrito y estudiado hasta ahora los impresos mexicanos del siglo XVI. Si bien el rigor y la consulta directa de los materiales ha sido el norte de todas estas empresas -Joaquín García Icazbalceta nunca dudó en escribir a sus amigos bibliógrafos para pedirles que realizaran por él la consulta física de un ejemplar cuando el material se encontraba fuera de su alcance-, el repertorio que presenta Rodríguez Domínguez se distingue por su orientación tipobibliográfica: mientras que los catálogos previos suelen centrar su atención en los datos editoriales contenidos en los pies de imprenta o los colofones, el trabajo desplegado en este nuevo repertorio partió del estudio de los rasgos intrínsecos de cada edición a partir del análisis y descripción de todos los ejemplares conocidos de cada obra hasta formar un mapa genealógico de impresores. Lo que en principio parece un recuento bibliográfico se convierte con rapidez en una radiografía del lugar que ocuparon las imprentas del período en el complejo horizonte de la cultura virreinal.
La novedad del enfoque queda expresada en el capítulo titulado “Elaboración del repertorio tipobibliográfico” (pp. 17-35); para empezar, no se trata de un
Muchas de las aportaciones de este repertorio proceden de haber situado la investigación en el marco de la escuela de tipobibliografía española, espléndidamente expresado en los trabajos de Mercedes Fernández Valladares, aunque sin descuidar los principios metodológicos de los estudios clásicos sobre tipografía (Proctor-Haebler, Norton, Vervliet o Moll). En estricto orden metodológico, Rodríguez Domínguez destaca el carácter exhaustivo de la localización de testimonios gracias a las nuevas tecnologías de información sobre bienes patrimoniales en bibliotecas públicas, universitarias, nacionales y/o conventuales, así como las numerosas bibliotecas virtuales que han florecido en los últimos años. Por la propia naturaleza de una descripción tipobibliográfica, las copias digitales son orientativas, dado que la parte más gruesa de la consulta de los materiales tuvo que ser física, como confirma Rodríguez Domínguez: “la labor de consulta más ardua y de mayor número de ejemplares ha sido efectuada
El trabajo no ha sido fácil: aunque Rodríguez Domínguez partió de los repertorios previos, en cada caso tuvo que identificar los ejemplares, comprobar o actualizar las signaturas topográficas, depurar aquellas referencias a copias en microfilme y, por supuesto, describirlos a partir de la consulta física y con una perspectiva tipobibliográfica. De los 933 testimonios registrados, se describieron 463 para conformar un repertorio de 211 títulos. El análisis de la tipografía ha permitido formar un registro muy minucioso de los años en los que operó cada taller, así como de las ediciones que salieron de sus prensas, tanto expresas como atribuidas, y de las emisiones o estados que conservamos de cada una. En este largo camino, Rodríguez Domínguez logró identificar algunos testimonios
Estos resultados, comentados de forma sintética en el prólogo (pp. 21-35), se corresponden ajustadamente con un interesantísimo aparato crítico final, formado por varios índices fundamentales para la interpretación del repertorio y que contribuyen a entender la compleja red de relaciones que subyace a cada uno de los volúmenes descritos. Ahí encontraremos, por ejemplo, una relación de impresores y obras publicadas por ellos; otra de bibliotecas en las que se conservan ediciones mexicanas; un índice onomástico y otro muy depurado de exlibris y procedencias; por último, uno de concordancias con otros repertorios.
La convergencia de todos estos esfuerzos de localización, análisis y descripción bibliográfica cristaliza en la sección titulada “Materiales tipográficos” (pp. 37-115), por mucho la más extensa y relevante del libro; ahí se presenta un compendio de los tipos que permiten identificar los productos emanados de las distintas imprentas en funciones por esos años: Juan Cromberger-Juan Pablos (1540-1560); Antonio de Espinosa (1559-1576); Pedro Ocharte (1563-1571; 1578-1592); María de Sansoric, viuda de Ocharte (1593-1597); Pedro Balli (1574, 1584 y 1592-1600); Antonio Ricardo (1577-1579); Melchor y Luis Ocharte (1599-1600); y Enrico Martínez (1599-1600). Esta sección también es la más técnica, pero no está exenta de gratas sorpresas para el especialista. A lo mucho que sabíamos sobre la imprenta de Juan Cromberger-Juan Pablos (1540-1560), tan bien conocida gracias a los trabajos de Griffin y Norton, Rodríguez Domínguez suma tres fundiciones de tipografías que no se habían documentado hasta ahora (pp. 40, 42-43, 51-52 y 54-55). En el caso de las demás imprentas, los estudios de Rodríguez Domínguez son pioneros de un campo muy desatendido donde nunca se había realizado un estudio tipobibliográfico de forma sistemática.
El repertorio está precedido por los criterios con los que Rodríguez Domínguez organizó la información de las fichas (pp. 117-122), que son los convencionales de estas herramientas bibliográficas. El repertorio propiamente dicho corre de las páginas 139 a 464 y está compuesto por 222 registros, de los cuales sólo 11 no pudieron describirse de nuevo por no encontrarse los testimonios. Como no podía ser de otra forma, comienza con el ejemplar de Pascual de Gayangos del
En el proceso, también hay algunos rescates de obras desconocidas o erróneamente catalogadas. El ejemplar fragmentario de un
En un terreno escasamente frecuentado como el de la tipobibliografía, queda mucho por hacer. La mera existencia de este título hace sentir ya la necesidad de una herramienta bibliográfica semejante para el siglo XVII (y quizá no sea descabellado pensar en un proyecto que abarque los siglos XVIII y XIX). En la
Como en el caso de la sólida obra de Mercedes Fernández Valladares, tampoco podemos hacer a un lado el potencial metodológico de la