Desde hace ya varios lustros, Jesús Pérez-Magallón ha brindado atención a Nicolás y Leandro Fernández de Moratín. Además de investigaciones pertinentes e interesantes, el estudioso de la Universidad de McGill ha realizado la edición más completa hasta ahora de la producción de sendos escritores:
Desde el título mismo del libro, el lector advierte la importancia que tendrán las ideas del historiador Benedict Anderson en el sustento discursivo de Pérez-Magallón respecto de las “comunidades imaginadas” y su relación en la construcción de un ideal de nación, pero en la España de entre siglos. De la misma manera, desde las primeras páginas -para ubicar a Leandro Fernández de Moratín como
Para adentrarnos en el tema, el profesor Pérez-Magallón contextualiza en su Introducción el problema identitario y de construcción del discurso nacionalista que ocurre durante el siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX en España, donde las palabras
Jesús Pérez-Magallón brinda un espacio relevante a la relación entre Nicolás y Leandro, de tal manera que en el primer capítulo (“Padre e hijo”, pp. 25-64) se destacan tres puntos: el padre escritor, las redes que hereda a su hijo y el relato de la construcción de la imagen del padre, a partir de la intervención de su diario, por parte del hijo. Esta intervención “consciente” sirve para que Leandro se autoconstruya como depositario de las grandezas intelectuales y políticas de su progenitor, cuyo proyecto de nación tiene un lugar sustantivo. A este respecto, el capítulo es un prolífico cuadro de las relaciones filiales, cuyas vigorosas pinceladas retratan algunos pasajes álgidos de la vida de ambos escritores. La caudalosa información es sugerente, pues nos brinda herramientas para comprender la organización de las redes intelectuales que se tejían en la época en torno a los diferentes espacios hegemónicos, ya fueran las academias, los círculos aristocráticos o bien las importantes tertulias que convocaban a los “letrados reformistas a juntarse lejos de los ámbitos del poder” (p. 53).
El segundo capítulo, titulado “La estética teatral, estrategia para la reforma de la nación” (pp. 65-105), explica cómo las reformas teatrales de Moratín incidieron en la construcción de un proyecto de nación, es decir, cómo las reformas estéticas permearon el mundo político. En virtud de ello, Pérez-Magallón redefine, a partir de una revisión puntillosa de un número vasto de críticos, estudiosos y escritores, lo que fue el teatro neoclásico. El investigador emplea este repaso teórico-metodológico de la concepción del drama y la comedia ilustradas para demostrar que Moratín escribió, fundamentalmente, para las clases medias, inmerso en un proyecto “claramente clasista y burgués” (p. 71); un proyecto dirigido a una clase media que era necesario educar en los valores sancionados por el discurso ilustrado que buscaba contribuir al orden social y configurar un aspecto también importante: “la imagen de una España unida y reforzada, donde la responsabilidad en la gestión de los asuntos era rasgo caracterizador de los personajes construidos y las tramas puestas en escena” (p. 72). El interés genuino de este proyecto creativo y reformista no estaba en procurar la remuneración económica, como había sucedido en otros tiempos, cuando escritores de la talla de Lope, Shakespeare o Molière tuvieron que someterse a las leyes del mercado.
En “El espacio de la poesía lírica y su función imaginaria” (pp. 107146), capítulo tercero, se conceptualiza la compleja idea que Moratín tenía de la lírica. Nuestro estudioso toma como base, entre otros muchos textos, el “Prólogo” a las
En el discurso que interesaba enarbolar a algunos ilustrados, recordemos, no podía faltar el proyecto que promovía la educación de las mujeres y su consecuente incorporación a prácticas de sociabilidad más abiertas que el mero espacio doméstico. Como se ha estudiado con cierta abundancia, Pérez-Magallón también retoma la figura de Josefa Amar de Borbón -junto con otras mujeres prominentes de la época y ligadas al mundo intelectual- para explicitar el mundo de las reformas borbónicas y su incidencia en los proyectos educativos, cuyos frutos se vieron reflejados en los espacios de intercambio intelectual, donde un grupo selecto de mujeres animó la vida cultural suscitando debates no sólo literarios, sino también políticos. Como era de esperarse, la educación ilustrada y sus nuevos espacios no irradiaron luz en todas las mujeres ni en todos los sectores de la sociedad; así, pues, el proyecto educativo de Moratín retrató a algunas mujeres que se apartaban -por su hipocresía y falta de religiosidad- del modelo de buena esposa, madre e hija. En consecuencia, en el cuarto capítulo, “Modelos genéricos: la mujer, ¿ángel del hogar?” (pp. 147-186), Pérez-Magallón se demora en el análisis de los personajes femeninos para mostrar matices, contradicciones y clarososcuros que reflejan muchos ángulos “sobre qué mujer imagina Moratín como clave para formar parte de esa nación que no ve pero sueña” (p. 186). El capítulo quinto (“La figura paterna y su heredero: representación simbólica del poder político”, pp. 187-225) es una reflexión de la figura del padre como símbolo de autoridad y poder semejante a la del rey, porque, como bien se pregunta el profesor Pérez-Magallón, “¿qué es un padre sino un rey de una pequeña familia? ¿Qué es una familia sino un reino pequeño?” (p. 188).
El análisis de algunas obras sirve al estudioso para examinar diversos personajes que asumen una postura paternal-monárquica con el fin de ejercer el poder. A decir de Pérez-Magallón, se evidencia que “el discurso dramático moratiniano quiere construir la imagen masculina que podrá asumir la responsabilidad de una nación reformada, en progreso, en ruptura con los rasgos más imposibles del
Probablemente una de las partes más ambiciosas de
Si el capítulo anterior dejaba claro que Moratín estaba lejos de ser un apologista de lo francés, en las siguientes páginas (“Colaboración con el régimen josefino y exilio”, pp. 267-307) se se estudian los motivos por los que se le acusaba de ser un “afrancesado” que sirvió al régimen Josefino, a pesar de su proyecto de renovación teatral y de su acendrado espíritu nacionalista. Con razonamientos en algún momento polémicos para cierto sector de los estudiosos del siglo XVIII, Pérez-Magallón responde una serie de preguntas que definen la postura “apolítica” del dramaturgo ante los reinados de José I o Fernando VII. El relato que el investigador hace de la historia de este período -donde conviven liberales, conservadores y afrancesados- evidencia que las reformas implementadas por Bonaparte, ante los ojos de Moratín, eran necesarias para contribuir a restablecer el orden perdido. No obstante, el balance final de Leandro, ya en el exilio, es de decepción ante los excesos, brutalidad y traiciones de José Bonaparte, pues había visto en “José I la posibilidad pragmática de avanzar en la causa de la felicidad pública -síntesis de su sueño de nación-, pero la experiencia del josefinismo (tanto como la posterior de Fernando VII) le convenció de que no había nada ni nadie en quien confiar” (p. 306).
El octavo y último capítulo, “Conocer climas y costumbres: el viaje, la prosa, el epistolario” (pp. 309-353) explora los viajes de Moratín a Francia, Inglaterra e Italia. En consecuencia, se muestra un interesante retrato de la época a partir de la mirada del autor de
Por lo demás, la experiencia del viaje, como es natural, dejará en Leandro Fernández de Moratín distintos recuerdos y emociones. Por ejemplo, la Francia revolucionaria lo sorprenderá para mal, pues tanta confusión no le permite imaginar una sociedad ordenada, “punto crucial en su política y en su imaginación de la nación” (p. 317). En cambio, Inglaterra sí lo asombrará por “la vitalidad y diversidad de la esfera pública” (p. 319), pero, sobre todo, “Londres, el centro urbano más notable de la Europa de su tiempo, marcará la imaginación del escritor” (p. 320). Italia, por su parte, estará más cerca de sus afectos; no obstante su larga estancia italiana, a decir del investigador: “se le presenta, en su diversidad y funcionalidad, como una prolongación de España, como una hermana muy próxima y no como un modelo lo suficientemente diferente como para estimular sueños de cambio y mejora” (p. 335). Como se advierte en estas interpretaciones de los viajes que realizó Moratín -sin la compañía de un ayón o preceptor-, Pérez-Magallón vuelve a dirigir la atención hacia la vida política, económica y social que conduce al sueño de nación moratiniano; pero, también en estas páginas, Peréz-Magallón reconstruye el retrato íntimo de un hombre irónico, apasionado, sensible, melancólico e inclinado al “sexo mercenario”.
Lo más relevante de este libro en su conjunto, sin duda, es que su autor supo articular, a partir de trabajos anteriores, un tema hasta ahora no atendido por los estudiosos del período: la idea de develarnos la nación soñada por Moratín y por sus contemporáneos durante los álgidos años finales del siglo XVIII y los primeros del XIX en la convulsa historia de España. Es así que,