Como una aportación fundamental para los estudios críticos que, a partir de 1970, se han interesado con mayor frecuencia en la obra del escritor guanajuatense,
Un acierto notable de esta propuesta es la recuperación de la relevancia y estima de las que ha gozado la obra de Efrén Hernández. Si bien es común la afirmación de que las aproximaciones críticas a su escritura comienzan en 1970 -con la tesis de licenciatura de Edith Negrín,
Sin dejar de lado las apreciaciones de los contemporáneos de Hernández -común en los estudios en torno a esta poética-, Berdeja encuentra que, a partir de los años noventa, las indagaciones alrededor del trabajo de Efrén Hernández configuran un asidero crítico suficiente para reconocer el carácter fundamental de la digresión. Pero, a pesar de considerarse rasgo importante, hasta el momento no había estudios que profundizaran en tal característica como elemento esencial, como artificio indispensable. Juan Manuel Berdeja Acevedo resuelve este vacío al sumergirse en la prosa hernandeana para elaborar un análisis pormenorizado de este recurso y llevar al lector a descubrir que este rasgo no sólo encierra el sentido de su narrativa, sino una extraordinaria, compleja y multiforme propuesta de interpretación de la realidad.
Para llegar a este descubrimiento, el autor configura una metodología que destaca por las siguientes razones: primero, por la ardua labor de investigación y lectura que implica modelar una ruta que eche mano de diversos campos como la filología, la filosofía, la mística, la literatura moderna, la literatura del Siglo de Oro, el ambiente urbano y las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. En segundo lugar, porque se trata de una postura que reconoce la complejidad de la prosa hernandeana y se acerca a ella con cuidado, respeto y admiración. En las páginas de este libro, el lector percibe a cada momento el entusiasmo de quien se arriesga a explorar y reparar en los detalles más nimios de la prosa hernandeana, en sus referencias más escondidas, en sus posibles conexiones con otros autores y otras épocas, y, sobre todo, en las reflexiones que se mueven entre lo literario y lo filosófico.
La investigación se centra en la colección de cuentos
Además, el autor revisa el archivo personal de Hernández y da a conocer una serie de materiales no expuestos anteriormente. Se trata de un conjunto de fotografías, textos, mecanuscritos, dibujos y grabados del escritor que no sólo enriquece la lectura del investigador, sino que dota su estudio de fluidez, así como de un carácter dialógico y eminentemente emotivo. Lo anterior destaca asimismo por derivar en una novedosa apreciación y valoración de la labor literaria de Hernández: el estudio permite apreciar que el trabajo narrativo de este escritor no se ciñe únicamente al camino literario, sino que sus reflexiones exploran también el terreno visual, filosófico y religioso.
El libro está dividido en cinco capítulos conectados por la afirmación de que el arte narrativo de Efrén Hernández es el del circunloquio. Esta división supone una estructura amable y ordenada para el lector, puesto que en cada capítulo se emprende una reflexión específica, siempre alrededor del empleo particular de la digresión en la prosa hernandeana. La atinada división que el autor lleva a cabo admite la lectura particular de cada capítulo, aunque ciertamente la lectura progresiva del texto conduce al lector a la interconexión de las ideas y rasgos propios de cada obra estudiada para llegar a entender en su totalidad la poética digresiva de Efrén Hernández.
El primer capítulo, titulado “El personaje hernandeano” (pp. 13-50), se divide en dos partes: la primera, “Una persona de cómic”, ofrece al lector una introducción a la vida y obra de Efrén Hernández, así como un recorrido por los estudios críticos en torno a su poética. La segunda, “Para leer la prosa de Efrén Hernández”, esboza ordenadamente la propuesta de lectura de Juan Manuel Berdeja. La primera parte de esta entrada al texto posee cualidades que pocas veces se hallan en los estudios académicos. Con un lenguaje transparente y creativo, Berdeja apela a la imaginación del lector y narra una posible escena de la vida de Efrén Hernández con un tono predominantemente literario.
Es imposible que el lector abandone el texto luego de esta singular apertura, cuyo logro más importante estriba en los datos biográficos que ofrece, en las consideraciones relevantes, pero también amenas y lúdicas, sobre la formación, así como sobre el carácter sensible, reflexivo, curioso y cambiante de la personalidad de Hernández. Con ello, se echa abajo la concepción que se ha tenido de él como autor desconocido o inaccesible y, al mismo tiempo, se esboza un cuadro que permite asir una imagen sugerente del escritor. Esta introducción funciona también como atinado preludio para entrar de lleno al recorrido por la carrera literaria de Hernández y las investigaciones en torno a su poética.
Es conveniente acentuar el diálogo del investigador con los diversos estudios críticos en torno a la obra de Hernández y su habilidad para establecer relaciones entre ellos. El entramado de ideas que rescata, además de facilitar el pleno reconocimiento de la digresión como recurso esencial en la prosa de Hernández, lo lleva a formular dos nociones centrales para todo el libro. La primera de ellas es que, en la prosa hernandeana, “la digresión se convierte en un recurso literario que enlaza el mundo de la mente y el mundo exterior de los relatos” (p. 37); la segunda es que, por medio de ella, Hernández “también habla del ocaso, del desmoronamiento que acusan las formas modernas” (p. 42). A partir de estas dos afirmaciones, el autor subraya la autonomía estética de Hernández respecto a otros escritores y grupos literarios de su tiempo.
Hernández se aleja de otros autores de su generación al no interesarse plenamente por la Revolución mexicana ni inclinarse por alguna corriente artística predominante; en cambio, pone su atención en la crisis del ser humano frente al progreso tecnológico y los procesos sociales de la modernidad. En resumen, Berdeja revela la luminosidad que otorga la digresión a la prosa hernandeana para mezclar el mundo literario con el filosófico y para construir una visión alterna de la realidad moderna. El autor delimita así las cualidades que dotan la obra de Hernández de idiosincrasia y trascendencia, al tiempo que subraya la necesidad de incluirla en el canon literario incluso cuando no participa de las constantes más importantes de su tiempo.
En línea con las ideas que se han expuesto, Berdeja plantea su propuesta de lectura en la segunda parte del primer capítulo. En todo momento destaca el extraordinario ahínco de Hernández para internarse en las historias ordinarias, en detalles cotidianos y mínimos que, sin embargo, abren sus relatos a reflexiones complejas y ambiciosas. Para Berdeja, Hernández “protagoniza la cotidianidad interior del ser humano. Pero destaca que, en todo individuo, yace una tendencia filosófica, un amor, acaso, por el pensamiento y el entendimiento” mediante la digresión (p. 47). Este apunte contribuye a que el lector comprenda, por una parte, el nexo crucial entre literatura y filosofía en los relatos hernandeanos y, por otra, las razones por las cuales el investigador considera la digresión como un arte. Afirma a este propósito que, por medio de la disquisición, Hernández introduce en su narrativa reflexiones universales y perspectivas personales de la vida, el lenguaje y el quehacer literario. La narrativa hernandeana se moldea entonces como un espacio donde la razón, el placer y la imaginación conviven y se enlazan.
En el segundo capítulo, “Matices desde la narrativa y la filología” (pp. 51-105), Juan Manuel Berdeja ofrece al lector un acercamiento teórico que explora el estudio de la digresión desde la retórica y, ante todo, como principio poético. Específicamente dentro de la disciplina de la crítica literaria, se sirve de las reflexiones de Viktor Shklovski, Erich Auerbach, Virginia Woolf y Ricardo Piglia para esbozar los rasgos esenciales y generales de la digresión literaria en el marco de la renovación del siglo XX. Esta variedad de acercamientos posibilita un análisis preciso que revela al lector cuestiones fundamentales para la revaloración de la prosa de Hernández. La primera de ellas es la consideración de la dificultad que supone el empleo del artificio de la digresión: aunque tal rasgo aparenta un desorden narrativo, este estudio nos conduce a pensar en la atención, rigor y oficio que su uso exige, con lo cual se es capaz de reconocer el profundo y laberíntico trabajo de meditación, escritura y corrección que realizó Hernández. La segunda cuestión, ya esbozada mínimamente en la primera parte del estudio, es que la digresión aporta relevancia y contenido a los datos o indicios secundarios, marginales y minúsculos que el escritor incluye en sus relatos.
Otra idea fundamental de este capítulo tiene que ver con la relación de la digresión y los personajes de la narrativa hernandeana. Asevera Berdeja que “los protagonistas de Hernández no quieren sólo acusar el malestar moderno o las pesadumbres de vivir en una sociedad que los excluye, también -y ello [le ] parece más importante, más beneficioso- representan al Demócrito que ríe para no llorar, para combatir su ruina y su desgracia. O para reírse de sí mismo” (p. 97). Esta afirmación es útil para el análisis posterior en varios sentidos. Primero, aterriza para el lector la idea previa de que la digresión conecta el mundo interior y el mundo exterior de los relatos. Luego, deja claro que la digresión es la condición de existencia y originalidad de la prosa hernandeana, pues es mediante ella que el escritor moldea una imagen del ser humano moderno que busca comprender su entorno y a sí mismo. De la misma forma, refuerza la idoneidad de la digresión para dar a la narrativa de Hernández diversidad semántica. Como es evidente, esta constelación de ideas funciona como un conjunto de argumentos sólidos para sostener la hipótesis del autor, al tiempo que abre la posibilidad de ligar a Hernández con otras figuras literarias y repensar el lugar que le ha sido asignado en el canon literario.
El análisis de la obra de Hernández comienza en “Primeras peripecias y consolidación artística” (pp. 107-284). En este tercer capítulo, el investigador se centra en el estudio de los cuentos incluidos en la compilación
Los elementos que se rescatan en este segundo capítulo pueden sintetizarse en la aseveración de que la prosa hernandeana contiene, de forma lúdica e irónica, una invitación a contemplar la realidad y a tratar de asirla desde lo más simple, desde lo cotidiano. El investigador afirma que el valor de
El investigador, sin embargo, observa que Hernández profundiza igualmente en la imposibilidad del ser humano para aprehenderlo todo, en la falibilidad o fragilidad del pensamiento y lo inefable en el lenguaje. El hallazgo de todas estas reflexiones expresadas por medio de la digresión en la poética hernandeana sostiene la propuesta de Berdeja respecto del carácter insólito de la obra del escritor guanajuatense. Así, el análisis, además de reflejar constantemente la pasión y la curiosidad del investigador, respalda su hipótesis inicial y sus apuntes secundarios sin dar lugar a ambigüedades. De la misma forma, esta indagación resulta enriquecedora por incluir un breve estudio de las relaciones de Hernández con Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, quienes fueron los primeros en notar y respaldar el talento literario del escritor.
El análisis se extiende hasta el cuarto capítulo, “Sonrisas, destellos y sombras en el agua.
Este capítulo es también sobresaliente por exponer el análisis simultáneo de
Si bien las conclusiones ofrecen una síntesis que permite al lector establecer relaciones entre los diversos análisis y comprender la importancia de los descubrimientos del investigador, convendría profundizar en sus hallazgos de vías alternas para el estudio de la poética hernandeana. A lo largo del libro, el autor esboza reflexiones atinadas en torno a la importancia del papel de los animales, el agua y los ojos en diálogo con la digresión de la narrativa hernandeana, pero en estas últimas páginas deja de lado sus consideraciones: no establece una conexión sólida entre estos elementos y la digresión, y apenas insinúa la apertura de estas líneas de estudio. Con todo, lo anterior no disminuye los alcances de la investigación en cuanto que traza nuevos caminos para los futuros lectores.
Para cerrar el libro, Berdeja enlista las múltiples razones por las cuales considera que es necesario leer y estudiar una y otra vez la prosa de Efrén Hernández. De la investigación, Juan Manuel Berdeja concluye que “
En los inicios de la investigación, Juan Manuel Berdeja expresa lo siguiente: “Espero que sea diáfano, entonces, que este volumen fue hecho con el placer de quien relee, de quien hurga en los archivos, de quien ahonda y, sobre todo, que descubre lo que una lectura sola no le habría permitido revelar” (p. 45). El lector, al culminar el libro, advertirá que lo anterior se materializa y deriva en un redescubrimiento de Efrén Hernández que interesa, conmueve y asombra a cualquiera.